Escogí buen día para darme de alta como autónomo: el 1 de abril, hoy hace un año, el día considerado en el mundo anglosajón como el día de las bromas (April’s fool), el equivalente a nuestro «Día de los Inocentes». En efecto, después de 23 años trabajando por cuenta ajena, y vistas las circunstancias actuales (crisis, crisis, y más crisis), casi puede considerarse una inocentada el hacerme autónomo. Porque con 50 años, en mitad de una crisis económica galopante, y sin tener ni idea de los papeleos que todo esto implica, es cuando menos una heroicidad. Aunque tengo una asesora que se ocupa de todos los temas fiscales y papeleos (el 347, las declaraciones del IVA, y tantos farragosos trámites), lo realmente duro es conseguir clientes a los que facturar tus servicios, y además lograr que te paguen por ello. Pero del tema «comercial» hablaré otro día.
La semana pasada, con ocasión de la huelga general convocada para el 29M, encontré una fotografía, tomada en un establecimiento de Ávila (el reflejo en la foto lo ubica inequívocamente), que refleja la cruda realidad de los autónomos, con cuyo texto me identifico y suscribo totalmente:
Al fin y al cabo, dependemos de nosotros mismos para lo bueno y para lo malo, para crear empleo (empezando por nosotros mismos), para buscar clientes (lo más difícil), para encontrar colaboradores (aunque seamos autónomos, no somos capaces de hacerlo todo solos), para pagarnos la Seguridad Social, y si todo funciona para obtener beneficios directos de nuestro trabajo.
Curiosamente, hace un año, cuando inicié esta aventura de autónomo, se producía otra efemérides: el Día de la Diversión en el Trabajo, que en España viene celebrándose desde el 2008 (justo cuando se importó esta lúdica jornada) en el 1 de abril, o en caso de ser festivo (como en este año), el primer jueves laborable del mes de abril.
¿Diversión en el trabajo? A estas alturas, disponer de ingresos fijos y dignos es motivo suficiente para saltar de un brinco todas las mañanas. Aunque todavía haya quienes se lamentan porque su actividad profesional les aburre o les toca sufrir un jefe tan sumamente corrosivo que les ha causado una úlcera. O igual están hartos de las intrigas en la empresa, con media plantilla llevando un cuchillo entre los dientes y la otra mitad escondida debajo de la mesa. Nadie dijo que fuera fácil ganarse el pan de cada día.
En todo caso, siempre existe la posibilidad de dejar atrás los trabajos aburridos o alienantes y a los jefes corrosivos, de dedicarse a lo que realmente le apasione a uno, pasárselo bien, y que además te paguen por ello. Ese «buenrollismo» (o #wenrolling, que diría Cuco de Venegas), la actitud positiva en definitiva, debe ser el motor que nos empuje a dar lo mejor de nosotros mismos. ¡Podemos!